Hace pocos años ir a psicoterapia estaba reservado para “locos”, y por lo mismo era muy avergonzante decir que uno, o alguien de la familia estaba en terapia. Sin embargo, actualmente acudir a terapia es algo que cada vez está más integrado a nuestra cultura.

También se han generando especializaciones dentro del ámbito de la psicoterapia, así como en la medicina. Una de estas especializaciones es la psicoterapia infantil.

Cuando hablamos de un psicoterapeuta infantil, implícitamente estamos hablando de al menos tres personas en cuestión: el terapeuta, el niño y su familia. Son tres personas que se reúnen con una finalidad determinada: un proceso terapéutico, una demanda de ayuda. Además de las personas, estamos hablando también de un proceso que les une: la terapia.

 

¿Qué es ser Psicoterapeuta Infantil?

Yo soy una terapeuta infantil, y tú que estas leyendo esto es posible que también seas terapeuta infantil o estés en camino de serlo. Pero, ¿alguna vez te has detenido a preguntarte qué es ser un terapeuta infantil? Si lo contestamos desde la perspectiva profesional, ser terapeuta infantil es aquella persona que se dedica a dar terapia psicológica con niños. Su oficio es atender a otras personas, escucharlas y realizar con ellas un trabajo en el campo de la salud mental. En un sentido económico, ser terapeuta es también una manera de ganarse la vida, ofrecemos un servicio por el cual recibimos una remuneración.

En realidad lo anterior, aunque cierto es lo de menos, o ciertamente espero que también lo sea para ustedes. Ser terapeuta es en realidad una misión de vida. Ser terapeuta nos coloca en una posición de ayudar a otros a crecer, y para ello el niño y su familia nos abren su intimidad, su vida, su corazón, despliegan su historia, sus miedos, sus emociones más profundas frente a nosotros, con la esperanza de que hagamos algo para solucionar sus problemas, para ayudarle a vivir de una manera más plena y completa, para conocerse mejor y ser mejor persona. Es en realidad una gran tarea y una inmensa responsabilidad y un privilegio.

Las personas necesitan de las personas. Crecemos a través de la relación con otros. Cuando tenemos un problema buscamos alguien que nos escuche, alguien con quien platicar, supuestamente para pedir su opinión. En realidad más que escuchar lo que el otro diga, lo que importa es escucharnos a nosotros mismos a través del otro. Al relatar una vivencia la ponemos afuera, somos capaces entonces de significarla de una manera diferente, al hablar vamos poniendo en juego nuestras habilidades y recursos para encontrar una solución o forma de enfrentar el conflicto. No se platica solamente el hecho, éste va acompañado de emociones, tristeza, enojo, frustración, de manera que al platicarlo también es una manera de dejar salir lo que sentimos, de liberarnos de emociones que nos oprimen. Buscamos otra persona también para comunicar nuestras alegrías. Cuando algo bueno nos sucede, de inmediato lo compartimos, queremos que alguien lo celebre junto con nosotros.

Cuando yo era niña, vivió siempre con nosotros una tía, Viqui, mujer sin edad, cuyo don natural era escuchar, pero escuchar en serio, con todo su ser, con toda su presencia. De ella aprendí qué tan confortante era ser escuchado por alguien, sin interrumpirme, haciendo preguntas que me invitaban a profundizar y a contar más, sin perder palabra de lo que yo decía. Con ella podía platicar todo lo que me pasaba. Mis travesuras, mis miedos, mis dudas, mis logros y alegrías. Era sensible a mi narración, me supo acompañar siempre. Hoy le agradezco su presencia y su enseñanza.

Algunas personas tienen este don, y son personas a quienes recurrimos como “maestros” o guías. A través de la historia hay diferentes personas que de manera especial ocupan este lugar en la sociedad o en la familia. Sin ir muy lejos, podemos hablar de los sacerdotes, médicos y maestros que hasta hace unas cuantas décadas, eran los “oidores profesionales”, las personas acudían a ellos para buscar orientación, consejo, para ser escuchadas. En las familias, este rol lo llevaban las personas mayores, una abuela, el padre, o el abuelo, una tía. Desafortunadamente, hemos dejado que esta función tan importante se vaya perdiendo, deslavando con el ritmo acelerado de la vida moderna. Ya los maestros y médicos no escuchan, tienen mucho trabajo y poco tiempo. Su trabajo se ha orientado en otro sentido, más “científico” y dejan a un lado la tarea tan importante de la relación persona-a-persona. Lo mismo sucede con los padres, y los abuelos, ahora son considerados como “fuera de onda” y como una generación muy lejana. Pero, a pesar de que hay quienes han dejado de escuchar desde los lugares antes privilegiados, afortunadamente seguimos teniendo la necesidad de ser escuchados. El hombre, mientras sea hombre, tiene la necesidad de realizarse a través de la relación con otra persona.

Dice John Lennon:

What would you think is I sang out of tune,

Would you stand up and walk out on me?

lend me your ear and I’ll sing you a song,

and I’ll try not to sing out of key

. Oh I get by with a little help from my friends

(qué pensarías si canto fuera de tono,

te levantarías y me dejarías solo?

préstame tu oído y cantaré una canción para ti,

y trataré de no desafinar

Oh, yo puedo pasármela con un poco de ayuda de mis amigos…”

De esta necesidad básica, presente desde el principio de la humanidad, surge la profesión de terapeuta. Reunimos conocimientos y herramientas para acompañar mejor al otro en esta necesidad de compartir, y las organizamos en teorías y métodos, de manera que podamos ser oyentes especializados. En este momento de la historia, nos toca ocupar este lugar privilegiado.

Ser terapeuta infantil implica cumplir tres requisitos: formación teórica, propia terapia, y supervisión. Mientras queramos ser terapeutas y ejercer en forma activa esta profesión, es nuestra responsabilidad actualizarnos en estos tres campos.

Dra. Guadalupe Amescua Villela

Directora del Centro de Estudios e Investigación Guestálticos, CESIGUE